Dentro de escasos días, saldrá a la luz el libro La mala letra, de Domingo F. Faílde, que publica Vitruvio en Madrid, donde, como ya se comunicará en su momento, tendrá lugar el acto oficial de presentación.
                La obra, según su autor, se inscribe en los supuestos del ciclo que él denomina poesía en fase terminal. El poeta, nos dice, es un enfermo crónico, mordido por un virus pertinaz del que nunca conseguirá deshacerse. Ahora, por razones de edad y trayectoria, la dolencia se precipita hacia su desenlace natural. Es la fase terminal, cuyos síntomas evidentes son dos: la expresión, más que desnudarse, pierde la piel, se queda en carne viva y exhibe sin pudor sus muñones, mientras, por otra parte, el poeta se acerca a la sombra y explora desde ella su experiencia vital, en un itinerario que va desde el sarcasmo a la ternura, pasando por el cinismo, la ironía y un sano escepticismo, capaz de disparar su mirada más crítica hacia la realidad de un mundo sin sentido, que no logra entender.
                Ama la vida, sí, pero tiene conciencia de su escaso valor, sobre todo en un mundo como el nuestro, en el que todo se cotiza a un precio, tanto más bajo cuanto más valioso. Adora la belleza, pero asiste al terrible espectáculo cotidiano de la desolación: el dolor no es hermoso ni bella la miseria forzada por el poder. Ni la guerra ni la corrupción ni una naturaleza precipitada al caos.
                En este panorama, la enfermedad y el remedio convergen y, como dijera el malvado ciego de El Lazarillo, aquello que te hizo mal, ahora te cura. La poesía, en efecto, ¿pero qué es la poesía? Ya en su libro anterior, Retrato de heterónimo, Faílde ironizaba acerca de las poéticas, mediante la figura de un viejo charlatán, que pregonaba en el mercado las excelencias de su mercancía (unas frutas y verduras, significativas). Cuando el presunto comprador, al no ver lo anunciado, se acerca a preguntarle, el buen hombre le pide comprensión: Los más grandes poetas de este siglo/ suelen vender sus versos con brillantes poéticas/que no salen jamás del tenderete, responde.
                Ante la imposibilidad de encontrar la Belleza, apuesta el autor por la vida. No se trata, naturalmente, de rendición, de abandonar el campo, sin más. A modo de divorcio, suscribirá con ella un convenio civilizado: siempre le será fiel, si baja con él a la arena del circo de la vida y comparte su borrachera existencial:  Por eso me emborracho de amor y vino tinto/ y me meto en las venas hermosura y poesía.
                Se inicia en este punto el recorrido por la pasión vital del poeta, consciente sin embargo de que dicho trayecto lastrará su equipaje con el peso, cada vez mayor, del fracaso, siempre en espera del definitivo, porque  la vida, al fin, dispara sus cañones/ y acelera la rueda su rodada/ y se le ve la cara oculta a la existencia/ y el verdadero rostro del abismo.
                Libro hermoso, sin duda, pero recio, La mala letra apunta al malditismo, un territorio estético donde el poeta parece sentirse muy cómodo, permitiéndole filtrear unas veces con el lirismo y otras con la utopía de un realismo, que utiliza como punta de lanza para ajustar sus cuentas con el tiempo que le tocó vivir.
                La siguiente entrevista, en realidad una conversación mantenida con Dolors Alberola, nos desvela muchos e interesantes aspectos de su concepción literaria y del mundo y anticipa no pocos detalles del libro.

"...la escritura me lleva continuamente a replantearme su origen, naturaleza, evolución, etc., e incluso a cuestionarme como creador"


-Qué es para ti la poesía y cómo la definirías.    
-A partir de mediados de los 60, exponer la poética parece obligado. Si por tal entendemos la reflexión necesaria acerca de la propia poesía, confieso que, en mi caso, la escritura me lleva continuamente a replantearme su origen, naturaleza, evolución, etc., e incluso a cuestionarme como creador. Pero si, como al uso, se me pide una especie de declaración programática, sólo puedo ofrecer escepticismo, sabiendo de antemano que, entre las de su género, son sumamente escasas las que luego responden a la realidad de los textos, convertidas en uno más, brillante y conceptuoso, alejado de la escritura e inútil, en definitiva. Casi todos mis libros, uno a uno, contienen reflexiones metapoéticas que, como corresponde, más que ofrecer respuestas convincentes, formulan preguntas, ¿o no es la duda acaso el combustible que mueve al arte?   
-Cuéntanos cómo entraste a formar parte de sus filas. Por qué te enamoraste de ella.    
-Mi primera maestra fue mi madre. Amaba la poesía y era devota del modernismo; de Rubén, sobre todo, cuyas obras completas me recitaba o leía, en vez de cantarme nanas. Recuerdo aquel libro, hermosísimo, que intenté sustraerle muchas veces, sin éxito. En él puede decirse que aprendí a leer, motivado por la necesidad de acceder por mis propios medios al tesoro estético que guardaba. Y tanto me caló, que decidí que yo tenía que ser como aquel poeta y escribir versos tan hermosos como los suyos. Así, no sé bien si inducido o abducido, entré en esta milicia literaria. Lógicamente, no me lo planteé con seriedad hasta que estuve en Preu, ya a las puertas de la Universidad, donde militaría, con Álvaro Salvador y otros poetas jovencísimos, en el proyecto de una revista, Tragaluz, que tuvo una existencia bastante efímera, a pesar del apoyo que entonces nos brindara don Federico Mayor Zaragoza, a la sazón Rector Magnífico de la Universidad de Granada.

"...siempre he pretendido dejar en libertad a la palabra e incluso convertirla en un constante alegato contra el poder que aliena y contra aquéllos que aceptan sin más su tiranía"


-Qué línea o qué líneas has seguido en tu poesía.    
-Aunque, cronológicamente, pertenezco a la generación de los novísimos, que yo, por otras razones, prefiero denominar del Setenta o del Mayo francés, no he compartido, en sentido estricto, la estética de aquellos, pero sí –como dijo una vez mi amigo Juan José Téllez- una atmósfera, una intención, una sugestiva voluntad lírica que me fue alejando de los escarceos sociales de la época para adentrarme en la instrospección sentimental o en una elegante –el adjetivo es suyo- melancolía andalusí. Mis comienzos tienen mucho que ver con el grupo de poetas brechtianos que alentaba alrededor de diversas revistas, entre ellas Tragaluz, que ya he citado. Luego, tras unos años de desorientación y una frustrante militancia política, mi poesía va escorando hacia un barroquismo que, poco a poco, irá sosegándose, a favor del concepto. Es la época del movimiento de la Diferencia, del que fui miembro activo y aun belicoso hasta que fue diluyéndose en el abigarrado panorama literario español. Hoy, escéptico con causa, mi poesía se ha vuelto más directa, más clara acaso y más desengañada; es mi poesía en fase terminal, como suelo llamarla: abocado a una muerte, que a mis 64 años, barrunto próxima, y sin otro balance que la consumación del fracaso de mi existencia, puedo decir lo que me dé la gana; al cabo nada os debo, que diría Machado. Quizá, como escribiera un día Alberto Torés, catalogar mi obra por etapas resulte una tarea innecesaria por infructuosa, pues siempre he pretendido dejar en libertad a la palabra e incluso convertirla en un constante alegato contra el poder que aliena y contra aquéllos que aceptan sin más su tiranía.
-Aunque sea difícil, elige un par de poetas que te hayan servido de base y dinos por qué los elegiste
-Siempre suelen hacerme esta pregunta y suelo responder que la poesía, cuando aparece a bordo de un libro de poemas, es un milagro siempre, por lo que me resulta sumamente difícil establecer jerarquías que, por otra parte, varían según la época. Pero, si he de atenerme en la cantidad y calidad de las enseñanzas que su lectura me proporcionó, la lista sería extensa y daría comienzo en la antigüedad, para luego acercarme a nuestro tiempo: Virgilio, Catulo, Manrique, el marqués de Santillana, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Ronsard, Góngora, Quevedo, Bécquer, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Alberti, Aleixandre, Neruda, Ocatavio Paz, Eliot… Como los reyes godos, ya ves, una nómina interminable y, desde luego, plural, porque, como decía Jacomo Casanova, hay que desconfiar de los hombres que han leído un solo libro.    
¿Por qué los elegí? No lo hice: me impusieron su magisterio por la vía rápida del deslumbramiento. Pero, si te fijas, te darás cuenta de lo que yo buscaba al leerlos y de lo que me aportó su escritura: una técnica, un lenguaje y un poder de emoción; un modo de enfrentarse al hecho poético y una manera de gestionar la propia introspección, el conocimiento y el compromiso.

"Un poema puede ser casi todo, menos recipiente de la vulgaridad, amplificador de la mediocridad y espejo de la indigencia intelectual de su autor"


-Qué esperas de la poesía.    
-Bien lo dijo Cernuda: No sé nada, no quiero nada, no espero nada… Contra lo que se afirma con frecuencia, la poesía no es un don gratuito. Un castigo, tal vez. La vida siempre pasa factura con intereses.     
-Qué no debe ser jamás un poema y qué no debe hacer jamás un poeta.    
-Un poema puede ser casi todo, menos recipiente de la vulgaridad, amplificador de la mediocridad y espejo de la indigencia intelectual de su autor. Sentado lo cual, el poeta puede hacer lo que quiera, menos atropellar esa mínima ética que el sentido común exige a cualquiera. Porque, en los tiempos que corren, es frecuente que muchos busquen el éxito a costa de lo que sea y que, a la hora de competir –algo monstruoso de por sí, sobre todo si hablamos de poesía-, en vez de aportar textos incuestionables, recurran a sus encantos personales. Hoy se encumbra a muchos poetas por razones ajenas a la literatura. Y así nos va, claro…  
-Háblanos del panorama actual de la poesía y háblanos de tres de sus vicios principales y de tres de sus virtudes, si es que los tienen.
-Hablar del panorama actual de la poesía española y enumerar sus vicios –porque buscar virtudes se me antoja excesivamente arduo- son una misma cosa. Nos estamos moviendo en un pantano, al que confluyen, al menos, tres corrientes: una serie de generaciones residuales, cuyos autores siguen –seguimos- en activo, muy alejados, por regla general, de su estética primigenia; una generación o movimiento –me refiero a la denominada poesía de la experiencia-, que parece buscar el autorrelevo, tras haberse agotado; y una legión de jóvenes, que a mí me parecen desorientados, dispersos y tocados, en algún que otro caso, por una vocación de marginalidad, que yo no soy capaz de valorar. Para colmo, las grandes editoriales son refractarias a la poesía y las que se atreven a publicarla lo hacen pensando más en el mercado que en el texto, de manera que abundan las más pintorescas antologías, cuando no abiertamente extravagantes, los autores que ofrecen –o se ofrecen en- espectáculo, los que se abren camino a golpe de agente literario a tanto por ciento y los latinoamericanos, cuyo mercado es bastante más amplio que el español. Por este motivo, los poetas más jóvenes, conscientes de que el camino de los premios también es un coto cerrado, pues el aporte de dinero público financia casi siempre la producción de la correspondiente industria cultural, se agrupan, crean pequeñas editoriales o se dan a conocer en los blogs de Internet, incrementando la babelización de este medio y el desconcierto de bastantes lectores.
                Por lo que se refiere a la proyección del autor y su acceso a la edición y medios informativos, se ha ensanchado el abismo entre los instalados en la cultura oficial, los que aspiran a estarlo y quienes se enfrentan abiertamente con el sistema. Los intelectuales, como decía Gramsci, son fácilmente absorbidos por la cultura dominante y utilizados en su provecho.
                ¿Hablamos de virtudes…?

"...la historia pasará un rodillo demoledor sobre esta época"


-Sitúate en el ranking actual.
-Ranking… ¡qué palabra más fea! La poesía española es, desde hace varias décadas, como esas carreras populares que organizaban los ayuntamientos, a imagen y semejanza de la Sansilvestre vallecana: un pelotón, a ritmo de waka-waka y contrapunto de vuvuzela en do menor sostenutto con fondos públicos… Bueno, pues ahí voy, agitando los brazos cuando me enfoca la cámara…     

-¿Algún poeta actual con carácter universal?    

-La pretendida universalidad de la poesía es un mito. A Góngora, no lo conocen en Portugal. Virgilio, en China, es un desconocido. ¿Cuántos españoles han leído a Propercio? La lista, desde luego, continúa. Para colmo, la tan traída y llevada globalización solamente ha universalizado la dictadura del dinero, intrínsecamente incompatible con la poesía. Pero, recogiendo el guante de tu pregunta, la respuesta es muy fácil: no, no hay ninguno, y no porque carezcan de valores, sino porque la propia sociedad tiende a ocultar a los que destacan y proscribe cualquier discurso no homologado, que escape a su control. En un contexto así, no es de extrañar que los futbolistas o algunas estrellas del cine y la música sean los ídolos de una multitud con hambre de moda –que es el sucedáneo descafeinado de los cambios sociales- y esclava de la imagen, como expresión –aséptica, tan sólo en apariencia- del poder mediático. Como ocurrió en el mundo romano, tras la caída del Imperio y hasta la institucionalización de los reinos bárbaros, la historia pasará un rodillo demoledor sobre esta época. Y eso, sin duda, gana la humanidad.    

-¿Poesía femenina? ¿Qué significa eso para ti?    

-La poesía, y eso lo sabes bien, no se escribe con la entrepierna, sino con el cerebro. En este sentido, la poesía femenina no existe, como tampoco existe la masculina. Hay poetas y punto, desterrando, si es posible, ese absurdo e inútil femenino, poetisa, que suele denigrar a la mujer que escribe. Sin embargo, no ignoras que, a la hora de la verdad, esas antologías que la crítica aplaude y asume la Universidad son eminentemente masculinas, síntoma inequívoco de que, en literatura, como en otros espacios del común, la mujer sigue siendo la gran discriminada. Decía Carlos Marx que el ser social es el determinante de la conciencia; si el burgués piensa como burgués y el proletario como proletario –según el esquema clásico-, la mujer, necesariamente y mientras no se alcance la absoluta igualdad entre hombres y mujeres, ha de pensar como mujer. Y esto, como es lógico, se refleja en la literatura de muchas maneras: a esa presencia de género en el discurso es a lo que llamamos poesía femenina. Desde esta perspectiva, no siempre equilibrada, desde luego, las mujeres han aportado a la literatura nuevos puntos de vista y nuevos códigos expresivos que, con el paso del tiempo, están llamados a constituirse en herencia clásica. Por lo demás, y descendiendo a un orden más pedestre, sin igualdad es imposible la libertad y sin ésta nada tiene importancia. Así de simple.

"La mala letra" es un discurso sobre el fracaso de la vida humana..."


-Un poema tuyo. Un libro de tu autoría.
-Sabes perfectamente que el mejor poema y, por tanto, el mejor libro son los que no se han escrito todavía, pues la esperanza de conseguir la máxima perfección es el motor que nos mantiene en marcha. Tengo, no obstante, mucha ilusión depositada en La mala letra, como en su día la tuve en Náufrago de la lluvia… También me ha funcionado Retrato de heterónimo. En cambio, repudié Cinco cantos a Himilce y el tiempo se ha encargado de darle compañía. La respuesta está in the wind, como cantó Bob Dylan.
.
-Leída La mala letra, ¿se trenzaron sus versos entre la futilidad del tiempo y el desengaño de la literatura? Háblanos de ello.  

-Ésta es, por obvias razones, la pregunta del millón, entre otras razones porque, para responderla, necesitaría un millón de palabras, aunque estoy convencido de que después se irían reduciendo, así que empezaré por el final: La mala letra es un discurso sobre el fracaso de la vida humana, encarnado en el libro por la literatura, como opción de fracaso por excelencia. El desengaño, claro, es la lógica consecuencia. El poeta, como el resto de los mortales, se cree un pequeño dios, con un bonus –en términos cochinamente capitalistas- que le abona la circunstancia de producir discursos ideológicos y gracias al cual se cree en posesión de algunas ventajas, que, poco a poco, la realidad, la vida, se encargan de recortar hasta la extinción. No somos dioses, ¿sabes? Homero, por ejemplo, sólo era un perroflauta, como dicen actualmente los adictos a Intereconomía; Virgilio, un muerto de hambre, un pelotas de Augusto, que medraba en el pesebre de Mecenas… y así sucesivamente. Sin embargo, nos legaron obras que hoy, tres mil, dos mil años más tarde, se tienen como modélicas. Ahora vestimos con elegancia, conducimos automóviles, hablamos por teléfonos celulares, escribimos con ordenadores y aplicamos a nuestras obras criterios y técnicas de márquetin, que nos emplazan, de otra manera, en el puesto más bajo del escalafón. Y, a todo esto, ¿dónde está la poesía? Vanidad de vanidades y todo vanidad. O inanidad, que viene a ser lo mismo.

"El hombre escribe poesía porque es infeliz"


-¿Existe todavía la salvación de la palabra o estamos solamente abocados a su muerte?
-¿Salvación de la palabra? Aquí no se salva ni Dios: lo asesinaron, ya lo dijo Blas de Otero. La poesía, en efecto, parece malherida y es probable que siga así mucho tiempo, debatiéndose entre el delirio, la fiebre y la disentería; pero, cuando el hombre, por pura y desesperada necesidad, vuelva sus ojos a ese lenguaje que hoy abominan desde el poder, descubrirá de nuevo la palabra, que no es la panacea, por supuesto, pero sí la herramienta por antonomasia para forjar los hombres y mujeres su dignidad.
-¿Qué verso te salvará del olvido? Si tuvieras que elegir uno solo de este libro ¿con cuál te quedarías?
-Ni el verso más sublime glorifica a un poeta la milésima parte que el cuerpo desnudo de la mujer –o el hombre- que ama. No hay poema más bello que un buen revolcón.
-¿Qué es más fuerte, el amor a la palabra o el deseo de éxito o esa frustración que se adivina en muchos de los versos?
-Ni A ni B ni C…; tal conviene a mi edad, el desengaño. Antes, al referirme al papel de los intelectuales –y el poeta lo es-  en la sociedad, cité a Gramsci. Vuelvo a él para reafirmarme en la idea de que tan sólo el pensamiento crítico puede salvarnos y encaminarnos hacia un mundo más libre, más justo y más humano. El desengaño de lo existente es el punto de partida de esta acción regeneradora.
-De volver a existir, si es que se existe, ¿regresarías al camino de la poesía?
-Suele decirse y no sin cierta dosis de razón que es la poesía la que elige al poeta y no al revés. Personalmente, lo dudo y me remito al célebre endecasílabo de Lope de Vega: ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? La verdad es que mi dedicación a la poesía dista bastante de la abnegación y ella, por su parte, no ha sido tampoco la concubina ideal. Pero, ciñéndome a tu pregunta, respondo con la duda, pues creo firmemente que sólo se vive una vez y que, si se nos dejase volver a las andadas, buscaríamos la felicidad, cuyo camino es otro y conste que no sé cuál. El hombre escribe poesía porque es infeliz.

"El escritor tiene un compromiso con quienes comparten con él existencia y con la propia existencia..."


-Últimamente, de la mano de una realidad que se deteriora día a día, se vuelve a hablar del compromiso del escritor, de la poesía social…
-Cierto. El escritor, de entrada, tiene un compromiso con quienes comparten con él existencia y con la propia existencia; un compromiso a todos los niveles, que no se puede reducir a aspectos meramente sociales ni, desde luego, soslayarlos. Olvidar todo esto nos conduce a una literatura escapista, evasiva, sin médula, y al autor en un simple vocero de la industria cultural, que, como todas las industrias, se alinea por naturaleza con los poderes financieros y contribuye a la manipulación de la sociedad, como bien apuntara Noam Chomsky. Sin que ello signifique que se vaya a regresar a la poesía social de los años 50, entre otras razones porque las condiciones objetivas no son exactamente las mismas ni requieren por tanto una respuesta idéntica.
-¿Y hacia dónde va la poesía de Domingo F. Faílde?

-Acaso a ninguna parte, a un viaje sin destino ni retorno posible, a una entrega al albur de la historia.  Sigo escribiendo, que ya es bastante, y espero morir con la pluma en la mano. Soy consciente de estar creando una poesía en fase terminal y, en este nuevo, definitivo ciclo tal vez, trabajo actualmente en tres colecciones de poemas, quizás en otros tantos libros, que ahondan en las actitudes y temas desbrozados en La mala letra. También en una colección de relatos, que profundizan en las mismas ideas. Pero ¿tendré tiempo de hacer tantas cosas…? Eso nunca se sabe y no importa además.

 
© Una entrevista de Dolors Alberola para El callejón del gato.
© Imágenes e introducción de la autora.

Tanto las imágenes como los textos pueden ser reproducidos sin fines comerciales, indicando la autoría y procedencia de los mismos.

Jerez de la Frontera, 2012.-